EL ADVIENTO Y LA NAVIDAD.
Para
una gran mayoría la Navidad es motivo de fiestas y celebraciones, y están en lo
cierto, pero la cosa va más allá. La Navidad ha sido convertida, mejor dicho,
popularizada como una fiesta para comer, beber y vacacionar.
Aquí
encontraremos la importancia de la Navidad y del Tiempo de Adviento, ya que es
de suma importancia saber sobre estas celebraciones que muchos de nosotros desconocemos.
Le
invitamos a conocer el significado y el porqué se celebran estas
fiestas.
La
definición más aceptada del Adviento es: Período que señala el comienzo del año litúrgico cristiano y
comprende las cuatro semanas anteriores a la Navidad; empieza el domingo más
próximo al día de san Andrés (30 de noviembre).
Cabe
destacar que, en el pasado, El Adviento se observaba con el mismo rigor que la
cuaresma" Pedro
Chaparro.
El
adviento (latín: adventus Redemptoris, «venida del Redentor») es el primer
período del año litúrgico cristiano, que consiste en un tiempo de preparación
para el nacimiento de Cristo. Su duración es de 21 a 28 días, dado que se
celebran los cuatro domingos más próximos a la festividad de Navidad. Los
fieles lo consideran un tiempo de reflexión y de perdón.
Marca
el inicio del año litúrgico en casi todas las confesiones cristianas. Durante
este periodo los feligreses se preparan para celebrar la conmemoración del
nacimiento de Jesucristo y para renovar la esperanza en la segunda Venida de
Cristo Jesús, al final de los tiempos, o Parusía.
Durante
el adviento, se coloca en las iglesias y también en algunos hogares una corona
de ramas de pino, llamada corona de adviento, con cuatro velas, una por cada
domingo de adviento. Hay una pequeña tradición de adviento: a cada una de esas
cuatro velas se le asigna una virtud que hay que mejorar en esa semana,
ejemplo: la primera, el amor; la segunda, la paz; la tercera, la tolerancia y
la cuarta, la fe.
Los
domingos de adviento la familia o la comunidad se reúne en torno a la corona de
adviento. Luego, se lee la Biblia y alguna meditación. La corona se puede
llevar al templo para ser bendecida por el sacerdote.
El
adviento es el primer periodo del año litúrgico católico, que consiste en un
tiempo de preparación para el nacimiento de Jesús. Su duración es de veintiuno
a veintiocho días, dado que se celebran los cuatro domingos más próximos a la
festividad de Navidad. El adviento es el período que se encuentra en el
comienzo del Año Litúrgico católico y empieza cuatro domingos antes de Navidad.
Dura, por lo tanto, cuarenta días, e incluye siempre exactamente cuatro domingos.
El primer domingo de adviento, al marcar el día de comienzo del año litúrgico,
es necesariamente el domingo siguiente al de la fiesta de Cristo Rey (que
señala el último domingo del año litúrgico). El primer domingo de adviento cae
entre el 27 de noviembre y el 3 de diciembre. Venida de Cristo a la tierra;
"Donde entendemos que muchas cosas del primer advenimiento están puestas
en sombra, (quiero decir) escondidas, cuyo cumplimiento se cumplirá en el
segundo adviento, porque el Apóstol dice que Cristo nos resucitó consigo y nos
hizo asentar consigo en las cosas. El sentido del Adviento es avivar en los
creyentes la espera del Señor. Se puede hablar de dos partes del Adviento:
Primera
Parte
Desde
el primer domingo al día 16 de diciembre, con marcado carácter escatológico,
mirando a la venida del Señor al final de los tiempos.
Segunda
Parte
Desde
el 17 de diciembre al 24 de diciembre, es la llamada "Semana Santa"
de la Navidad, y se orienta a preparar más explícitamente la venida de
Jesucristo en la historia, la Navidad.
Las
lecturas bíblicas de este tiempo de Adviento están tomadas sobre todo del
profeta Isaías (primera lectura), también se recogen los pasajes más proféticos
del Antiguo Testamento señalando la llegada del Mesías. Isaías, Juan Bautista y
María de Nazaret son los modelos de creyentes que la Iglesias ofrece a los
fieles para preparar la venida del Señor Jesús.
Simbolismo
La
Iglesia prepara la Liturgia en este tiempo para lograr este fin. En la oración
oficial, el Breviario, en el Invitatorio de Maitines, llama a sus ministros a
adorar "al Rey que viene, al Señor que se acerca", "al Señor que
está cerca", " al que mañana contemplaréis su gloria". Como
Primera Lectura del Oficio de Lectura introduce capítulos del profeta Isaías, que
hablan en términos hirientes de la ingratitud de la casa de Israel, el hijo
escogido que ha abandonado y olvidado a su Padre; que anuncian al Varón de
Dolores herido por los pecados de su pueblo; que describen fielmente la pasión
y muerte del Redentor que viene y su gloria final; que anuncian la congregación
de los Gentiles en torno al Monte Santo. La Segunda Lectura del Oficio de
Lectura en tres Domingos están tomadas de la octava homilía del Papa San León
(440-461) sobre el ayuno y la limosna como preparación para la venida del Señor,
y en uno de los Domingos (el segundo) del comentario de San Jerónimo sobre
Isaías 11:1, cuyo texto él interpreta referido a Santa María Virgen como
"el renuevo del tronco de Jesé". En los himnos del tiempo encontramos
alabanzas a la venida de Cristo como Redentor, el Creador del universo,
combinados con súplicas al juez del mundo que viene para protegernos del
enemigo. Similares ideas son expresadas los últimos siete días anteriores a la
Vigilia de Navidad en las antífonas del Magníficat. En ellas, la Iglesia pide a
la Sabiduría Divina que nos muestre el camino de la salvación; a la Llave de
David que nos libre de la cautividad; al Sol que nace de lo alto que venga a
iluminar nuestras tinieblas y sombras de muerte, etc. En las Misas es mostrada
la intención de la Iglesia en la elección de las Epístolas y Evangelios. En las
Epístolas se exhorta al creyente para que, dada la cercanía del Redentor , deje
las actividades de las tinieblas y se pertreche con las armas de la luz; que se
conduzca como en pleno día, con dignidad, y vestido del Señor Jesucristo;
muestra como las naciones son llamadas a alabar el nombre del Señor; invita a
estar alegres en la cercanía del Señor, de manera que la paz de Dios, que
sobrepasa todo juicio, custodie los corazones y pensamientos en Cristo Jesús;
exhorta a no juzgar, a dejar que venga el Señor, que manifestará los secretos
escondidos en los corazones. En los Evangelios la Iglesia habla del Señor que
viene en su gloria; de Aquel en el que, y a través del que, las profecías son cumplidas;
del Guía Eterno en medio de los judíos; de la voz en el desierto,
"Preparad el camino del Señor". La Iglesia en su Liturgia nos
devuelve en espíritu al tiempo anterior a la encarnación del Hijo de Dios, como
si aún no hubiera tenido lugar. El Cardenal Wiseman ha dicho:
Estamos
no sólo exhortados a sacar provecho del bendito acontecimiento, sino a suspirar
diariamente como nuestros antiguos Padres, "Cielos, destilad el rocío;
nubes, derramad al Justo: ábrase la tierra y brote la salvación." Las Colectas
en tres de los cuatro Domingos de este tiempo empiezan con las palabras,
"Señor, muestra tu poder y ven" - como si el temor a nuestras
iniquidades previniera su nacimiento.
Duración y Ritual
Todos
los días de Adviento debe celebrarse el Oficio y Misa del Domingo o Feria
correspondiente, o al menos debe ser hecha una Conmemoración de los mismos,
independientemente del grado de la fiesta celebrada. En el Oficio Divino el Te
Deum, jubiloso himno de alabanza y acción de gracias, se omite; en la Misa el
Gloria in excelsis no se dice. El Aleluya, sin embargo, se mantiene. Durante
este tiempo no puede hacerse la solemnización del matrimonio (Misa y Bendición
Nupcial); incluyendo en la prohibición la fiesta de la Epifanía. El celebrante
y los ministros consagrados usan vestiduras violetas. El diácono y subdiácono
en la Misa, en lugar de las dalmáticas usadas normalmente, llevan casullas
plegadas. El subdiácono se la quita durante la lectura de la Epístola, y el
diácono la cambia por otra, o por una estola más ancha, puesta sobre el hombro
izquierdo entre el canto del Evangelio y la Comunión. Se hace una excepción en
el tercer Domingo (Domingo Gaudete), en el que las vestiduras pueden ser rosa,
o de un violeta enriquecido; los ministros consagrados pueden en este Domingo
vestir dalmáticas, que también pueden ser usadas en la Vigilia de la Navidad,
aunque fuera en el cuarto Domingo de Adviento. El Papa Inocencio III
(1198-1216) estableció el negro como el color a ser usado durante el Adviento,
pero el violeta ya estaba en uso al final del siglo trece. Binterim dice que
había también una ley por la que las pinturas debían ser cubiertas durante el
Adviento. Las flores y las reliquias de Santos no debían colocarse sobre los
altares durante el Oficio y las Misas de este tiempo, excepto en el tercer
domingo; y la misma prohibición y excepción existía relacionada con el uso del
órgano. La idea popular de que las cuatro semanas de Adviento simbolizan los
cuatro mil años de tinieblas en las que el mundo estaba envuelto antes de la
venida de Cristo no encuentra confirmación en la Liturgia.
Origen Histórico.
No
se puede determinar con exactitud cuándo fue por primera vez introducida en la
Iglesia la celebración del Adviento. La preparación para la fiesta de la
Navidad no debió ser anterior a la existencia de la misma fiesta, y de ésta no
encontramos evidencia antes del final del siglo cuarto cuando, de acuerdo con
Duchesne [Christian Worship (London, 1904), 260], era celebrada en toda la
Iglesia, por algunos el 25 de diciembre, por otros el 6 de enero. De tal
preparación leemos en las Actas de un sínodo de Zaragoza en el 380, cuyo cuarto
canon prescribe que desde el diecisiete de diciembre hasta la fiesta de la
Epifanía nadie debiera permitirse la ausencia de la iglesia. Tenemos dos
homilías de San Máximo, Obispo de Turín (415-466), intituladas "In Adventu
Domini", pero no hacen referencia a ningún tiempo especial. El título
puede ser la adición de un copista. Existen algunas homilías, probablemente la
mayor parte de San Cesáreo, Obispo de Arlés (502-542), en las que encontramos
mención de una preparación antes de la Navidad; todavía, a juzgar por el
contexto, no parece que exista ninguna ley general sobre la materia. Un sínodo
desarrollado (581) en Mâcon, en la Galia, en su canon noveno ordena que desde
el once de noviembre hasta la Navidad el Sacrificio sea ofrecido de acuerdo al
rito Cuaresmal los lunes, miércoles, y viernes de la semana. El Sacramentario
Gelasiano anota cinco domingos para el tiempo; estos cinco eran reducidos a
cuatro por el Papa San Gregorio VII (1073-85). La colección de homilías de San
Gregorio el Grande (590-604) empieza con un sermón para el segundo Domingo de
Adviento. En el 650 el Adviento era celebrado en España con cinco domingos.
Varios sínodos hicieron cánones sobre los ayunos a observar durante este
tiempo, algunos empezaban el once de noviembre, otros el quince, y otros con el
equinoccio de otoño. Otros sínodos prohibían la celebración del matrimonio. En
la Iglesia Griega no encontramos documentos sobre la observancia del Adviento
hasta el siglo octavo. San Teodoro el Estudita (m. 826), que habló de las
fiestas y ayunos celebrados comúnmente por los griegos, no hace mención de este
tiempo. En el siglo octavo encontramos que, desde el 15 noviembre a la Navidad,
es observado no como una celebración litúrgica, sino como un tiempo de ayuno y
abstinencia que, de acuerdo a Goar, fue posteriormente reducido a siete días.
Pero un concilio de los Rutenianos (1720) ordenaba el ayuno de acuerdo a la
vieja regla desde el quince de noviembre. Esta es la regla al menos para
algunos de los griegos. De manera similar, los ritos Ambrosiano y mozárabe no
tienen liturgia especial para el Adviento, sino sólo el ayuno.
Colores litúrgicos.
Los
colores litúrgicos son los colores específicos que se utilizan para la liturgia
cristiana. Los colores sirven para subrayar las características de un tiempo
determinado del año litúrgico, destacar una fiesta o feria determinada del
calendario o una ocasión especial.
Rito Romano.
Blanco:
este color simboliza paz y alegría .Se refiere a la virtud de la fe. Es usado
en los momentos principales del calendario litúrgico: Navidad y Pascua. También
se usa en fiestas dedicadas a la Virgen, ángeles y santos no mártires. Es el
color de los cultos eucarísticos, incluida la Misa del Jueves Santo y la
administración del viático. Se usa en liturgias de acción de gracias y en los
entierros y sufragios de párvulos. Durante los Períodos de Pascua y Navidad,
este color se puede usar en Funerales y durante el resto del año, a criterio de
los deudos con el Celebrante Principal.
Morado:
este color simboliza la preparación espiritual. Se usa en Adviento y en
Cuaresma, tiempos de preparación para la Navidad y la Pascua respectivamente.
También se usa en la administración del sacramento de la penitencia y en
general en todo tipo de actos penitenciales. Desde la reforma litúrgica se
dispone su uso para los sufragios por los difuntos. Según el calendario
litúrgico tradicional también se usa en las temporadas de petición, en las
vigilias y en los domingos de sexagésima y quincuagésima.
Verde:
Este color simboliza la virtud de la esperanza. Es usado durante el Tiempo
Ordinario, después de Navidad hasta Cuaresma, y después de la Pascua hasta el
Adviento, en los domingos y en aquellos días que no exigen otro color. Es
tiempo de esperanza por la venida del Mesías y por la Resurrección salvadora
respectivamente.
Rojo:
este color simboliza la sangre del martirio y la fuerza del Espíritu Santo. Se
refiere a la virtud de la caridad. Es usado en las fiestas de la Pasión del
Señor como el Domingo de Ramos y el Viernes Santo, de los santos mártires y del
Espíritu Santo. También en la administración del sacramento de la Confirmación
y en las liturgias dedicadas a los instrumentos de la Pasión. En la Santa Sede,
se usa como Color de Luto, para los Funerales de un Cardenal o del Sumo
Pontífice.
Rosa:
este color simboliza una relajación del rigor penitencial y se utiliza
potestativamente en la misa del domingo Jadee (el tercero de Adviento) para
indicar la cercanía de Navidad y el domingo Laetare (el cuarto de Cuaresma) por
la misma cercanía de la Pascua.
Negro:
este color simboliza el luto y el sufragio por los difuntos, por lo que se usa
en las celebraciones exequiales y en los entierros, aunque tras la reforma
litúrgica su uso es potestativo en lugar del morado. En el rito romano
tradicional se usa el Viernes Santo, así como en las representaciones del
entierro de Cristo. Actualmente este color sólo está en desuso tras la reforma
litúrgica de Pablo VI.
Otros colores.
España
e Hispanoamérica tienen el privilegio de usar el color azul, que simboliza la
pureza y la virginidad, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, patrona
de este país, y en sus celebraciones votivas, aunque por extensión se utiliza
en otras fiestas de la Virgen.
Los
ornamentos de fondo dorado pueden sustituir a ornamentos de cualquier color en
ocasiones de especial solemnidad, excepto al morado y al negro.
Los
ornamentos de fondo plateado pueden sustituir exclusivamente a los de color
blanco.
La
corona de adviento es una tradición cristiana que simboliza el transcurso de
las cuatro semanas de adviento. Consiste en una corona[1] de ramas
(generalmente de pino o abeto) con cuatro (o en ocasiones cinco) velas.
Comenzando el primer domingo de adviento, el encendido de una vela puede
acompañarse de la lectura de la Biblia y oraciones. Durante las siguientes tres
semanas se encienden el resto de las velas hasta que la semana anterior a
Navidad las cuatro velas están encendidas. Algunas coronas de adviento incluyen
una quinta vela, la "vela de Cristo", que se enciende en Navidad.
Esta tradición tiene propios orígenes, hace dos mil años atrás. Para poder
ayudar a los fieles, en su mayoría dedicados a la agricultura, el calendario de
la iglesia, al igual que el de los judíos, musulmanes y paganos era estacional
en aquellos tiempos, combinando las fechas señaladas, celebraciones y rituales
con las labores propias de sus creyentes.[2] El adviento coincide en el
hemisferio norte con el invierno, con los días cortos y poco luminosos que
preceden a la Navidad. El nacimiento de Cristo comenzó a celebrarse el 25 de
diciembre de cada año ocupando el lugar de las saturnales y el Diez Nata lis
Solís Invicti, Festival del Nacimiento del Sol Inconquistado, festividad romana
dedicada al Sol Invictus y vinculada al solsticio de invierno.
El
anillo o corona de ramas de árbol perenne decorado con velas era un símbolo en
el norte de Europa mucho antes de la llegada del cristianismo, que al igual que
con otras tradiciones acabó siendo integrado en su simbología. El círculo es un
símbolo universal relacionado con el ciclo ininterrumpido de las estaciones,
mientras que las hojas perennes y las velas encendidas significan la
persistencia de la vida en mitad del duro y oscuro invierno. Algunas fuentes
sugieren que la corona, reinterpretada como un símbolo cristiano, era de uso
común en la Edad Media, mientras que otras consideran que no se estableció como
tradición cristiana hasta el siglo XVI en Alemania. El uso como calendario
previo al día de Navidad se atribuye ampliamente a Johann Hinrich Wichern
(1808-1881), un pastor protestante alemán, pionero en el trabajo misionario
entre los pobres de las ciudades. Era 1839, y los niños de una escuela que
Wichern había fundado preguntaban a diario si el día de Navidad había llegado.
El pastor construyó un anillo de madera, hecho con una vieja rueda de carreta,
con diecinueve velas rojas pequeñas y cuatro velones blancos. Encendieron una
vela pequeña cada día de la semana durante el adviento, y los domingos, una de
las cuatro velas grandes.
Los personajes del Tiempo de Adviento
Isaías: figura de
espera por la Salvación
Juan Bautista:
figura de preparación
María: Virgen de la
esperanza y Madre del Salvador
LA FIGURA DE LA
ESPERA: ISAÍAS
La
elección de las lecturas de Adviento nos ha puesto en frecuente contacto con
Isaías. Conviene reflexionar un poco sobre su personalidad. Los textos
evangélicos no dicen nada de la personalidad del profeta Isaías, pero le citan.
Incluso podemos decir que, a menudo, se le adivina presente en el pensamiento y
hasta en las palabras de Cristo. Es el profeta por excelencia del tiempo de la
espera; está asombrosamente cercano, es de los nuestros, de hoy. Lo está por su
deseo de liberación, su deseo de lo absoluto de Dios; lo es en la lógica
bravura de toda su vida que es lucha y combate; lo es hasta en su arte
literario, en el que nuestro siglo vuelve a encontrar su gusto por la imagen
desnuda pero fuerte hasta la crudeza. Es uno de esos violentos a los que les es
prometido por Cristo el Reino.
Todo
debe ceder ante este visionario, emocionado por el esplendor futuro del Reino
de Dios que se inaugura con la venida de un Príncipe de paz y justicia.
Encontramos en Isaías ese poder tranquilo e inquebrantable del que está poseído
por el Espíritu que anuncia, sin otra alternativa y como pesándole lo que le
dicta el Señor.
El
profeta apenas es conocido por otra cosa que sus obras, pero éstas son tan
características que a través de ellas podemos adivinar y amar su persona.
Sorprendente proximidad de esta gran figura del siglo VIII antes de Cristo, que
sentimos en medio de nosotros, cotidianamente, dominándonos desde su altura
espiritual.
Isaías
vivió en una época de esplendor y prosperidad. Rara vez los reinos de Judá y
Samaria habían conocido tal optimismo y su posición política les permite
ambiciosos sueños. Su religiosidad atribuye a Dios su fortuna política y su
religión espera de él nuevos éxitos. En medio de este frágil paraíso, Isaías va
a erguirse valerosamente y a cumplir con su misión: mostrar a su pueblo la
ruina que le espera por su negligencia. Perteneciente sin duda a la
aristocracia de Jerusalén, alimentado por la literatura de sus predecesores,
sobre todo Amós y Oseas, Isaías prevé como ellos, inspirado por su Dios, lo que
será la historia de su país. Superando la situación presente en la que se
entremezclan cobardías y compromisos, ve el castigo futuro que enderezará los caminos
tortuosos. Lodts escribe de los profetas: "Creyendo quizá reclamar una
vuelta atrás, exigían un salto hacia adelante. Estos reaccionarios eran, al
mismo tiempo, revolucionarios". Así las cosas, Isaías fue arrebatado por
el Señor "el año de la muerte del rey Ozías", hacia el año 740,
cuando estaba en el templo, con los labios purificados por una brasa traída por
un serafín (Is 6, 113). A partir de este momento, Isaías ya no se pertenece. No
porque sea un simple instrumento pasivo en las manos de Yahvé; al contrario,
todo su dinamismo va a ponerse al servicio de su Dios, convirtiéndose en su
mensajero. Mensajero terrible que anuncia el despojo de Israel al que sólo le
quedará un pequeño soplo de vida. Los comienzos de la obra de Isaías, que
originarán la leyenda del buey y del asno del pesebre, marcan su pensamiento y
su papel. Yahvé lo es todo para Israel, pero Israel, más estúpido que el buey
que conoce a su dueño, ignora a su Dios (Is 1, 2-3).
La Doncella va a dar a Luz.
Pero
Isaías no se aislará en el papel de predicador moralizante. Y así se convierte
para siempre en el gran anunciador de la Parusía, de la venida de Yahvé. Así
como Amós se había levantado contra la sed de dominación que avivaba la
brillante situación de Judá y Samaria en el siglo VIII, Isaías predice los
cataclismos que se desencadenarán en el día de Yahvé (Is 2, 1-17). Ese día será
para Israel el día del juicio. Para Isaías, como más tarde para San Pablo y San
Juan, la venida del Señor lleva consigo el triunfo de la justicia. Por otra
parte, los capítulos 7 al 11 nos van a describir al Príncipe que gobernará en
la paz y la justicia (ls 7, 10-17).
Es
fundamental familiarizarse con el doble sentido de este texto. A aquel que no
entre en la realidad ambivalente que comunica, le será totalmente imposible
comprender la Escritura, incluso ciertos pasajes del Evangelio, y vivir
plenamente la liturgia. En efecto, en el evangelio del primer domingo de
Adviento sobre el fin del mundo y la Parusía, los dos significados del Adviento
dejan constancia de ese fenómeno propiamente bíblico en el que una doble
realidad se significa por un mismo y único acontecimiento. El reino de Judá va
a pasar por la devastación y la ruina.
El
nacimiento de Emmanuel, "Dios con nosotros", reconfortará a un reino
dividido por el cisma de diez tribus. El anuncio de este nacimiento promete,
pues, a los contemporáneos de Isaías y a los oyentes de su oráculo, la
supervivencia del reino, a pesar del cisma y la devastación. Príncipe y
profeta, ese niño salvará por sí mismo a su país.
La Edad de Oro.
Pero,
por otra parte, la presentación literaria del oráculo y el modo de insistir
Isaías en el carácter liberador de este niño, cuyo nacimiento y juventud son
dramáticos, hacen presentir que el profeta ve en este niño la salvación del
mundo. Isaías subraya en sus ulteriores profecías los rasgos característicos
del Mesías. Aquí se contenta con apuntarlos y se reserva para más tarde el
tratarlos uno a uno y modelarlos. El profeta describe así a este rey justo: (Is
11, 1-9).
Ezequías
va a subir al trono y este poema se escribe para él. Pero, ¿cómo un hombre
frágil puede reunir en sí tan eminentes cualidades? ¿No vislumbra Isaías al
Mesías a través de Ezequías? La Iglesia lo entiende así y hace leer este
pasaje, sobre la llegada del justo, en los maitines del segundo domingo de
Adviento. En el capítulo segundo de su obra, hemos visto a Isaías anunciando
una Parusía que a la vez será un juicio. En el capítulo 13, describe la caída
de Babilonia tomada por Ciro. Y de nuevo, se nos invita a superar este
acontecimiento histórico para ver la venida de Yahvé en su "día". La
descripción de los cataclismos que se producirán la tomará Joel y la volveremos
a encontrar en el Apocalipsis (Is 13, 9-ll).
Esta
venida de Yahvé aplastará a aquel que haya querido igualarse a Dios. El
Apocalipsis de Juan tomará parecidas imágenes para describir la derrota del
diablo (cap. 14).
En
los maitines del 4. ° domingo de Adviento, volvemos a encontrarle en el momento
que describe el advenimiento de Yahvé: "La tierra abrasada se trocará en
estanque, y el país árido en manantial de aguas" (35, 7). Se reconoce el
tema de la maldición de la creación en el Génesis. Pero vuelve Yahvé que va a
reconstruir el mundo. Al mismo tiempo, Isaías profetiza la acción curativa de
Jesús que anuncia el Reino: "Los ciegos ven, los cojos andan", signo
que Juan Bautista toma de este poema de Isaías (35, 5-6).
Podríamos
sintetizar toda la obra del profeta reduciéndola a dos objetivos:
El
primero, llegar a la situación presente, histórica, y remediarla luchando. El
segundo, describir un futuro mesiánico más lejano, una restauración del mundo.
Así vemos a Isaías como un enviado de su Dios al que ha visto cara a cara. El
profeta no cesa de hablar de él en cada línea de su obra. Y, sin embargo, en
sus descripciones se distingue por mostrar cómo Yahvé es el Santo y, por lo
tanto, el impenetrable, el separado, Aquel que no se deja conocer. O, más bien,
se le conoce por sus obras que, ante todo, es la justicia. Para restablecerla,
Yahvé interviene continuamente en la marcha del mundo.2.-LA FIGURA DE LA
PREPARACIÓN: JUAN BAUTISTA
Isaías
está presente en Juan Bautista, como Juan Bautista está presente en aquél al
que ha preparado el camino y que dirá de él: "No ha surgido entre los
nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista". San Lucas nos cuenta con
detalle el anuncio del nacimiento de Juan (Lc 1, 5-25).
Esta
extraña entrada en escena de un ser que se convertirá en uno de los más
importantes jalones de la realización de los planes divinos es muy del estilo
del Antiguo Testamento. Todos los seres vivos debían ser destruidos por el
diluvio, pero Noé v los suyos fueron salvados en el arca. Isaac nace de Sara,
demasiado anciana para dar a luz. David, joven y sin técnica de combate,
derriba a Goliat. Moisés, futuro guía del pueblo de Israel, es encontrado en
una cesta (designada en hebreo con la misma palabra que el arca) y salvado de
la muerte. De esta manera, Dios quiere subrayar que Él mismo toma la iniciativa
de la salvación de su pueblo.
El
anuncio del nacimiento de Juan es solemne. Se realiza en el marco litúrgico del
templo. Desde la designación del nombre del niño, "Juan", que
significa "Yahvé es favorable", todo es concreta preparación divina
del instrumento que el Señor ha elegido.
Su
llegada no pasará desapercibida y muchos se gozarán en su nacimiento (Lc 1,
14); se abstendrá de vino y bebidas embriagantes, será un niño consagrado y,
como lo prescribe el libro de los Números (6, 1), no beberá vino ni licor
fermentado. Juan es ya signo de su vocación de asceta. El Espíritu habita en él
desde el seno de su madre. A su vocación de asceta se une la de guía de su
pueblo (Lc 1, 17).
Precederá
al Mesías, papel que Malaquías (3, 23) atribuía a Elías. Su circuncisión, hecho
característico, muestra también la elección divina: nadie en su parentela lleva
el nombre de Juan (Lc 1, 61), pero el Señor quiere que se le llame así
cambiando las costumbres. El Señor es quien le ha elegido, es él quien dirige
todo y guía a su pueblo.
Benedictus Deus Israelei
El
nacimiento de Juan es motivo de un admirable poema que, a la vez, es acción de
gracias y descripción del futuro papel del niño. Este poema lo canta la Iglesia
cada día al final de los Laudes reavivando su acción de gracias por la
salvación que Dios le ha dado y en reconocimiento porque Juan sigue mostrándole
"el camino de la paz".
Juan
Bautista es el signo de la irrupción de Dios en su pueblo. El Señor le visita,
le libra, realiza la alianza que había prometido. El papel del precursor es muy
preciso: prepara los caminos del Señor (Is 40, 3), da a su pueblo el
"conocimiento de la salvación. Todo el afán especulativo y contemplativo
de Israel es conocer la salvación, las maravillas del designio de Dios sobre su
pueblo. El conocimiento de esa salvación provoca en él la acción de gracias, la
bendición, la proclamación de los beneficios de Dios que se expresa por el
"Bendito sea el Señor, Dios de Israel". Esta es la forma tradicional
de oración de acción de gracias que admira los designios de Dios. Con estos
mismos términos el servidor de Abrahán bendice a Yahvé (Gen 24, 26). Así
también se expresa Jetró, suegro de Moisés, reaccionando ante el relato
admirable de lo que Yahvé había hecho para librar a Israel de los egipcios (Ex
18, 10). La salvación es la remisión de los pecados, obra de la misericordiosa
ternura de nuestro Dios (Lc 1, 77-78).
Juan
deberá, pues, anunciar un bautismo en el Espíritu para remisión de los pecados.
Pero este bautismo no tendrá sólo este efecto negativo. Será iluminación. La misericordiosa
ternura de Dios enviará al Mesías que, según dos pasajes de Isaías (9, 1 y 42,
7), recogidos por Cristo (Jn 8, 12), "iluminará a los que se hallan
sentados en tinieblas y sombras de muerte" (Lc 1, 79). El papel de Juan,
"allanar el camino del Señor". Él lo sabe y se designa a sí mismo,
refiriéndose a Isaías (40, 3), como la voz que clama en el desierto:
"Allanad el camino del Señor". Más positivamente todavía, deberá
mostrar a aquel que está en medio de los hombres, pero que éstos no le conocen
(Jn 1, 26) y a quien llama, cuando le ve venir: "Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Juan corresponde y quiere
corresponder a lo que se ha dicho y previsto sobre él. Debe dar testimonio de
la presencia del Mesías. El modo de llamarle indica ya lo que el Mesías
representa para él: es el "Cordero de Dios".
El
Levítico, en el capítulo 14, describe la inmolación del cordero en expiación
por la impureza legal. Al leer este pasaje, Juan el evangelista piensa en el
servidor de Yahvé, descrito por Isaías en el capítulo 53, que lleva sobre sí
los pecados de Israel. Juan Bautista, al mostrar a Cristo a sus discípulos, le
ve como la verdadera Pascua que supera la del Éxodo (12, 1) y de la que el
universo obtendrá la salvación. Toda la grandeza de Juan Bautista le viene de
su humildad y ocultamiento: "Es preciso que él crezca v que yo
disminuya" (Jn 3,30). Todos verán la salvación de Dios
El
sentido exacto de su papel, su voluntad de ocultamiento, han hecho del Bautista
una figura siempre actual a través de los siglos. No se puede hablar de él sin
hablar de Cristo, pero la Iglesia no recuerda nunca la venida de Cristo sin
recordar al Precursor. No sólo el Precursor está unido a la venida de Cristo,
sino también a su obra, que anuncia: la redención del mundo y su reconstrucción
hasta la Parusía. Cada año la Iglesia nos hace actual el testimonio de Juan y
de su actitud frente a su mensaje. De este modo, Juan está siempre presente
durante la liturgia de Adviento. En realidad, su ejemplo debe permanecer
constantemente ante los ojos de la Iglesia. La Iglesia, y cada uno de nosotros
en ella, tiene como misión preparar los caminos del Señor, anunciar la Buena
Noticia. Pero recibirla exige la conversión. Entrar en contacto con Cristo
supone el desprendimiento de uno mismo. Sin esta ascesis, Cristo puede estar en
medio de nosotros sin ser reconocido (Jn l, 26).
Como
Juan, la Iglesia y sus fieles tienen el deber de no hacer pantalla a la luz,
sino de dar testimonio de ella (Jn 1, 7). La esposa, la Iglesia, debe ceder el
puesto al Esposo. Ella es testimonio y debe ocultarse ante aquel a quien
testimonia. Papel difícil el estar presente ante el mundo, firmemente presente
hasta el martirio. Como Juan, sin impulsar una "institución" en vez
de impulsar la persona de Cristo. Papel misionero siempre difícil el de
anunciar la Buena Noticia y no una raza, una civilización, una cultura o un
país: "Es preciso que él crezca v que yo disminuya" (Jn 3, 30).
Anunciar la Buena Noticia y no una determinada espiritualidad, una determinada
orden religiosa, una determinada acción católica especializada; como Juan,
mostrar a sus propios discípulos donde está para ellos el "Cordero de
Dios" y no acapararlos como si fuéramos nosotros la luz que les va a
iluminar. Esta debe ser una lección siempre presente y necesaria, así como
también la de la ascesis del desierto y la del recogimiento en el amor para dar
mejor testimonio.
Preparar
los caminos del Señor, anunciar la Buena Noticia, es el papel de Juan y el que
nos exhorta a que nosotros desempeñemos. Hoy, este papel no es más sencillo que
en los tiempos de Juan y nos incumbe a cada uno de nosotros.
El
martirio de Juan tuvo su origen en la franca honestidad con que denunció el
pecado. Juan Bautista anunció al Cordero de Dios. Fue el primero que llamó así
a Cristo. Citemos aquí el bello Prefacio introducido en nuestra liturgia para
la fiesta del martirio de San Juan Bautista, que resume admirablemente su vida
y su papel:
"Porque
él saltó de alegría en el vientre de su madre, al llegar el Salvador de los
hombres, y su nacimiento fue motivo de gozo para muchos. El fue escogido entre
todos los profetas para mostrar a las gentes al Cordero que quita el pecado del
mundo. El bautizó en el Jordán al autor del bautismo, y el agua viva tiene desde
entonces poder de salvación para los hombres. Y él dio, por fin, su sangre como
supremo testimonio por el nombre de Cristo".
LA FIGURA DE LA
ESPERANZA: VIRGEN MARÍA
La
primera venida del Señor se realizó gracias a ella. Y, por ello, todas las
generaciones le llamamos Bienaventurada. Hoy, que preparamos, cada año, una
nueva venida, los ojos de la Iglesia se vuelven a ella, para aprender, con
estremecimiento y humildad agradecida, cómo se espera y cómo se prepara la
venida del Emmanuel: del Dios con nosotros. Más aún, para aprender también cómo
se da al mundo el Salvador.
Sobre
el papel de la Virgen María en la venida del Señor, la liturgia del Adviento
ofrece dos síntesis, en los prefacios II y IV de este tiempo:
"...Cristo
Señor nuestro, a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con
inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los
hombres. El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al Misterio
de su Nacimiento, para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y
cantando su alabanza".
La
Virgen Inmaculada fue y sigue siendo el personaje de los personajes del
Adviento: de la venida del Señor. Por eso, cada día, durante el Adviento, se
evoca, se agradece, se canta, se glorifica y enaltece a aquella que fue la que
accedió libremente a ser la madre de nuestro Salvador "el Mesías, el
Señor" (Lc 2,11).
Entresaco
tres textos de los tantos que uno se encuentra en honor de la Bienaventurada
Madre de Dios, en todo este Misterio preparado y realizado. Son de la
solemnidad de santa María Madre de Dios:
"¡Qué
admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma,
nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su
divinidad" (antífona de las primeras Vísperas).
"La
Madre ha dado a luz al Rey, cuyo nombre es eterno; la que lo ha engendrado
tiene al mismo tiempo el gozo de la maternidad y la gloria de la virginidad: un
prodigio tal no se ha visto nunca, ni se verá de nuevo. Aleluya" (antífona
de Laudes).
A
partir de la segunda parte del Adviento, la preponderancia de la Madre Inmaculada
es tan grande, que ella aparece como el centro del Misterio preparado e
iniciado. Así las lecturas evangélicas del IV Domingo, en los tres ciclos,
están dedicadas a María. Y en las misas propias de los días 17 al 24,
correspondientes a las antífonas de la O, todo gira alrededor de ella. Y con
razón.
En
las vísperas del primer domingo de Adviento, la antífona del Magnificat está
tomada del evangelio de la anunciación: "No temas, María, porque has
encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo".
El
lunes de esta primera semana, en las vísperas, la antífona del Magníficat será:
"El ángel del Señor anunció a María y concibió por obra del Espíritu
Santo".
En
las vísperas del jueves se canta: "Bendita tú entre las mujeres". En
las vísperas del segundo domingo de Adviento: "Dichosa tú, María, que has
creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá". En los laudes del
miércoles hay una lectura tomada del capítulo 7 de Isaías: "Mirad: la
Virgen ha concebido y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Emmanuel...". El responsorio del viernes después de la segunda lectura del
oficio, está tomado del evangelio de la anunciación en Lc 1, 26, etc. Y
podríamos continuar con una larga enumeración. Esta enumeración interesa porque
muestra cómo la presencia de la Virgen es constante en los Oficios de Adviento,
así como en el recuerdo de la primera venida de su Hijo y en la tensión de su
vuelta al final de los tiempos.
La Navidad
La
Navidad (latín: nativitas, «nacimiento») Es una de las festividades más
importantes del cristianismo —junto con la Pascua de resurrección y
Pentecostés. Esta solemnidad, que conmemora el nacimiento de Jesucristo en
Belén, se celebra el 25 de diciembre en la Iglesia católica, en la Iglesia
anglicana, en algunas comunidades protestantes y en la Iglesia ortodoxa rumana.
En cambio, se festeja el 7 de enero en otras iglesias ortodoxas, que no
aceptaron la reforma hecha al calendario juliano para pasar al calendario
conocido como gregoriano, nombre derivado de su reformador, el papa Gregorio
XIII.
Los
angloparlantes utilizan el término Christmas, cuyo significado es "misa
(mass) de Cristo". En algunas lenguas germánicas, como el alemán, la
fiesta se denomina Weihnachten, que significa "noche de bendición".
Las fiestas de la Navidad se proponen, como su nombre indica, celebrar la
Natividad (es decir, el nacimiento) de Jesús de Nazaret.
Existen
varias teorías sobre cómo se llegó a celebrar la Navidad el 25 de diciembre,
que surgen desde diversos modos de indagar, según algunos datos conocidos, en
qué fecha habría nacido Jesús.
En la Iglesia Católica
Es
costumbre que se celebren varias misas en Navidad, con distinto contenido según
su horario. Así, la noche anterior (Nochebuena) aunque sea domingo, se reza la
famosa Misa de Gallo o Misa de Medianoche; en algunos lugares hay incluso una
Misa de la Aurora que se celebra precisamente al amanecer del 25 de diciembre.
Y la Misa de Mediodía, en la que es costumbre que antes o después de ella, el
Papa dé un mensaje de Navidad a todos los fieles del mundo, este mensaje es
conocido como Urbi et Orbi (en latín: a la Ciudad de Roma y al Mundo). Algunos
ortodoxos celebran la Navidad junto con la Epifanía. Adoración de los Magos de
Oriente y los pastores.
Posterior
a la celebración del 25 de diciembre de Navidad, tienen lugar las fiestas de
san Esteban, protomártir (26 de dic.), san Juan Evangelista (27 de dic.), los
Santos Inocentes (28 de dic.), la Sagrada Familia (domingo siguiente a la
Navidad o 29 de dic. si Navidad cae en domingo), María Madre de Dios (1 de
enero), la Epifanía que se celebra el 6 de enero aunque en algunas diócesis se
traslade al Segundo Domingo después de Navidad, y el Bautismo de Nuestro Señor
(Domingo siguiente a Epifanía), con el que termina el tiempo litúrgico de la
Navidad.
El
rojo representa al fuego y la sangre, así como al amor divino y la generosidad.
El color verde simboliza la esperanza, además de la naturaleza y la vida. El
blanco evoca a la pureza, alegría, fe e iluminación, mientras que la tonalidad
dorada indica prosperidad y riqueza.
Si
estos colores son apreciados en las esferas, éstas últimas vienen a representar
el significado de las oraciones realizadas en tributo al Adviento. La
interpretación de las tonalidades, dependiendo a estas últimas, vienen a ser
las siguientes: las encontradas en color azul significan el arrepentimiento,
las que son plateadas simbolizan el agradecimiento, el color dorado indica la
alabanza y aquellas de color rojo señalan la petición.
Representando
las cuatro semanas de Adviento, esta corona de ramas elaborada de pino, además
de colocársele cuatro velas, mantiene una simbología aún vigente hoy día.
Su
elaboración, con forma de círculo, representa la transición por las cuatro
estaciones del año, sus ramas la persistencia de vivir. De nueva cuenta, el
color verde representado en ésta indica la esperanza.
Las
velas colocadas en la corona de adviento son elaboradas con los colores
litúrgicos siguientes: tres son en tono morado, representando a una conversión
y relacionado al aspecto espiritual, una vela es rosa, que se relaciona a la
cercanía de celebrarse la festividad navideña y una quinta vela de color blanco
que significa la iluminación de la existencia del hombre.
Uso
de colores ajenos a la tradición del árbol navideño.
En
la actualidad, la celebración previa a Navidad maneja colores además de los
típicos plenamente conocidos por todos. Ubicadas en la decoración del árbol navideño,
la presencia de colores como el rosa, lila y azul, el primero utilizado
previamente a la festividad, no cuando llega el día.
Las
posibles consecuencias por el uso libre de colores en el árbol de Navidad
devendrían en una discontinuidad a la clásica festividad que conocemos,
aunándole al hecho que en tiempos modernos es más palpable la pérdida de
valores y el desapego hacia ésta, rodeada además por campañas mercadológicas
que llevan a exprimirla sin ningún motivo aparente más que el del beneficio económico.
A
poco tiempo para finalizar otro año más, es momento de reflexionar en llevar a
cabo la preservación de esta costumbre antigua, una de las más esperadas y
seguidas a nivel mundial.
Personaje
central: Jesús de Nazaret, para muchos el hijo de Dios, para pocos, un mito.
Personajes secundarios: María y José, padres terrenales del mesías. Personajes
terciarios: Los reyes magos quienes por sus características raciales
representaron a las razas entonces conocidas como dadas por enteradas del
nacimiento del salvador del mundo. Personajes cuartos: Los pastores,
representando a los humildes para quien la esperanza de una vida mejor
(espiritualmente) llego. Quintos personajes: Herodes, representando a los
poderosos que siempre se van a oponer a que los pobres se rediman.
Conclusión
El
Tiempo de Adviento no es más que el primer período del año litúrgico cristiano,
que consiste en un tiempo de preparación para el nacimiento de Cristo, además
este tiempo tiene su símbolo: "La Corona de Adviento" y colores
simbólicos, como el blanco, el morado, verde, rojo, el rosa y el negro.
Además,
que la Navidad es una de las festividades más importantes del cristianismo, en
la Navidad se conmemora el nacimiento del niño Jesús. Los personajes
importantes en la historia de la navidad no son los elfos ni Santa Claus sino
aquellos que según narra la historia bíblica acerca de la navidad y estuvieron
presentes en el nacimiento de Jesús y lo conmemoraron tales como Los reyes
magos, y sus padres María y José.
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