LO QUE USTED DEBERÍA SABER SOBRE ECONOMÍA PARA SER MAS FELIZ PARTE 3

PARTE 3
¿Qué es el dinero?

Es una de las más brillante creaciones del hombre, pues sin él jamás podríamos alimentar a los miles de millones de habitantes del mundo actual.
En primer lugar, conviene aclarar que el dinero no es más que una simple convención. Su solidez se basa en la confianza que debe tener su poseedor en que podrá cambiar ese trozo de metal, o papel, por bienes del país emisor de una determinada moneda.
El dinero nació por la necesidad de los individuos, y los pueblos, de poseer un instrumento eficaz con el que poder realizar intercambios de bienes.
En la remota antigüedad, en sociedades mucho más elementales que la nuestra, esas transacciones se limitaban al mero intercambio de mercancías entre las personas. Así, por ejemplo, aquel que poseía excedentes de trigo procuraba cambiarlos por cuero para vestirse, con aquel que producía más del que necesitaba. Probablemente ahí nació el arte del regateo, que todavía hoy persiste en muchos lugares del mundo, pues debía resultar difícil determinar cuánto trigo había que entregar a cambio, por ejemplo, de una piel de cordero. Cabe suponer que esas transacciones se llevarían a cabo tras largas veladas de discusiones que, ciertamente, tendrían su encanto.
Las cosas se fueron complicando cuando, como consecuencia del crecimiento demográfico y de la especialización de la producción, comenzó a ser difícil realizar intercambios comerciales de cierta importancia y equiparar precios y valores, lo que suponía un freno evidente para el comercio a mayor escala. Esta cuestión se resolvió con la ingeniosa invención de lo que hoy conocemos como el dinero. Con su nacimiento, el comercio se expandió rápidamente, pues facilitó el intercambio de mercancías, tanto entre las personas individualmente como entre los pueblos.
En un primer momento, a falta de un sistema monetario, se comerciaba tomando como elemento de referencia las gallinas, las vacas o los cerdos. De hecho, las primeras monedas romanas que se acuñaron llevaban grabadas imágenes de estos animales y recibían el nombre de pecunia, término derivado de pecus, que en latín significa “ganado”.
Pero, en realidad, ¿qué es el dinero? Como dijimos al principio se trata de una convención, de un acuerdo no escrito, pues, físicamente, suele ser un trozo de metal o de papel sin apenas valor en sí mismo.
Sin pretender ofrecer aquí un análisis de su evolución a lo largo de la historia, señalaremos algunos puntos importantes que pueden arrojar alguna luz sobre él.
Hasta hace poco tiempo el conjunto de dinero que cada país ponía en circulación correspondía al valor total de las reservas de oro existentes en el banco estatal. Era la Economía de la Escasez. Este sistema se ha prolongado desde la antigüedad hasta casi nuestros días. El dinero entonces era una especie de cheque al portador, de vencimiento inmediato, emitido por el Estado y que el poseedor esperaba poder convertir en su valor concreto en oro. Por ejemplo, si el banco de Francia tenía en sus arcas cien toneladas de oro, fabricaba y ponía en circulación monedas y billetes por un valor total equivalente; su división en unidades menores daba lugar a lo que se conoce como divisa o moneda nacional, a la que cada país da un nombre distinto. Ello significaba que cualquier moneda en circulación estaba garantizada, en su valor, por el porcentaje equivalente de oro depositado en el banco estatal. En otras ocasiones, incluso, las monedas eran fabricadas directamente en oro o plata, por lo que adquirían valor por sí mismas.
Este sistema -el del oro como patrón-, dejó de utilizarse a mediados el siglo pasado como consecuencia de la crisis deflacionista de 1929. Lo sustituyó un complejo sistema, dirigido normalmente por los bancos centrales de cada país -con mayor o menor independencia de sus respectivos gobiernos-, en el que se tienen en cuenta múltiples factores a la hora de decidir la cantidad de dinero que hay que poner en circulación: El producto interior bruto (PIB), las necesidades de circulante de empresas y particulares, así como de los Estados, las balanzas de pago, la inflación, etcétera.
Este nuevo sistema ha creado la Economía de la Abundancia, porque su implantación permite que el número de personas con un razonable nivel de vida pueda ir aumentando continuamente al no tener más límites la producción de dinero, que la imaginación y esfuerzo de las personas por crear riquezas.
¿Qué es la bolsa de valores?
La Bolsa nació como un instrumento financiero para las empresas, complementario o sustitutivo del crédito tradicional. A su vez, se ha convertido en un mecanismo de socialización de las compañías, pues permite que cualquier ciudadano pueda acceder a su propiedad por poco dinero.
Las empresas que necesitan una inyección de capital para poder afrontar nuevos proyectos, o estabilizar los que se encuentran en fase de desarrollo, tienen la oportunidad de conseguirlo de aquellas personas o entidades que les confían sus ahorros y que, por ese motivo, se convierten en accionistas.
La principal ventaja que tienen las compañías que cotizan en Bolsa es que, además de obtener financiación, no pagan intereses por el dinero recibido, a diferencia de lo que sucede con los créditos. El accionista o inversor, por su parte, se convierte en copropietario de la empresa y, por tanto, se halla sujeto a la evolución económica de ésta. En otras palabras, si la empresa de la que ha comprado acciones obtiene beneficios, una parte de ellos serán para él, siempre en función de su porcentaje de participación. Ahora bien, si la empresa genera pérdidas el accionista puede llegar a perder todo el capital invertido en ella.
Esta herramienta financiera, como decíamos, ha desempeñado un papel fundamental en el crecimiento de las empresas en las últimas décadas y ha socializado la participación en ellas, pues, en todo el mundo, existen millones de pequeños inversores que destinan sus ahorros a la compra de acciones en el mercado bursátil. Estas inversiones se conocen como capital-riesgo, porque si la empresa genera pérdidas las acciones bajan de valor y parte de los ahorros se pierden; pero si da beneficios el accionista puede participar de ellos y revalorizar su participación.
No obstante, existe un valor subjetivo de las acciones que tiene cada día mayor peso, derivado de la ley de la oferta y la demanda. Si unos títulos tienen muchas solicitudes —más dinero comprador que vendedor—, su precio tiende a subir; la mayor parte de las veces ello obedece a movimientos gregarios de los compradores más que a los resultados de las cuentas de explotación de las empresas afectadas. Por el contrario, las acciones bajan cuando el número de compradores —la cantidad de dinero comprador— es inferior a la oferta de títulos que se realiza a un precio determinado.
Este comportamiento ha provocado que los movimientos especulativos sean de tal envergadura en la actualidad, que se pueden estar sobrevalorando acciones de empresas que atraviesan una delicada situación económica, e infravalorando otras con una economía saneada. En consecuencia, con el paso del tiempo, la Bolsa ha perdido su utilidad como termómetro del estado de salud de la economía de un país.
El problema radica en que se han confundido los medios con los fines. Se ha difuminado el objetivo inicial de la Bolsa como captadora de financiación para proyectos empresariales, en beneficio del mero juego especulativo que busca el resultado inmediato. Ya casi nadie confía durante un largo tiempo sus ahorros a las mismas acciones para recibir las rentas de los beneficios de las empresas cuando sus proyectos tienen éxito. En la actualidad los inversores en Bolsa compran y venden acciones compulsivamente, buscando el beneficio inmediato en la subida o bajada especulativa de los valores con que negocian. En otras palabras, la Bolsa se ha convertido, en el fondo, en algo parecido a un negocio virtual que, en la mayor parte de las ocasiones, no genera riqueza colectiva alguna.
Sería interesante considerar el retorno de la Bolsa a sus orígenes, especialmente tras la globalización de las finanzas, pues ésta provoca que los movimientos especulativos de Nueva York, por ejemplo, arrastren, y pongan en riesgo, los ahorros de miles de inversionistas de múltiples países, que ni tienen la información, ni la formación suficiente, como para poseer el menor control sobre lo invertido.
¿Cuál debe ser la función del estado en la economía?

El papel del Estado en una economía moderna debe ser el de regulador de los sectores económicos que intervienen en ella, creando leyes sensatas y consensuadas con los sectores intervinientes, y el de ejercer otras dos funciones fundamentales: la de árbitro en la resolución de los conflictos que puedan surgir, y el de cuidadoso vigilante en el fiel cumplimiento de las normas por parte de los diversos sectores económicos, sobre todo del financiero por su gran capacidad de influencia.
Pero lo que nunca ha de ser el Estado –salvo muy limitadas excepciones estratégicas de claro interés general- es empresario, pues no sabe serlo. Cada vez que un estado se ha convertido en empresario, a medio plazo, ha terminado arrastrando a los ciudadanos de su país a la pobreza.
Por otro lado, es necesario saber que los estados no crean ni riqueza ni empleo. Cuando contratan funcionarios no están creando empleo, están creando gasto. La razón por la que esto es así –volvemos a la Fórmula- es porque la mayor parte de los funcionarios realizan actividades que no han nacido de ninguna demanda natural de los ciudadanos, sino de la decisión de los políticos que ostentan el poder en ese momento. Es decir, no están produciendo nada que haya sido solicitado o demandado por la comunidad.
Es indudable que para que el Estado pueda ofrecer a la sociedad los servicios para los que existe –seguridad, obras publica, justicia, etc.- debe cobrar impuestos a los ciudadanos y crear funcionarios para ejecutar estas obligaciones. Pero debe hacerlo con gran prudencia, pues el aumento de funcionarios en las administraciones públicas tiene la inevitable consecuencia de aumento de gasto burocrático, y con ello la obligación de tener que subir los impuestos, lo que lleva a la disminución de demanda porque hay menos dinero disponible para los ciudadanos, y, por tanto, estaríamos ante un previsible aumento de desempleo a medio plazo.
No obstante, en las filosofías políticas presentes, no es aceptable que una parte de la sociedad viva en la miseria, por ello los estados actuales, a la hora de gastar el dinero recibido de los ciudadanos por medio de los impuestos, deben prever partidas de gasto para ayudar a los más débiles. Pero también han de gestionarlo con mucha prudencia, porque si el número de necesitados de ayudas va creciendo, el estado se dedicará a aumentar los gastos para atenderlos –y de camino no perder sus votos-, y sólo lo puede hacer aumentando los impuestos, o endeudándose, lo que creará más miseria, cayendo en un círculo económico perverso que no tiene otro final que la ruina de todos. Los estados deben cuidar que el peso de las clases pasivas no hunda a las activas, que son las que mantienen la economía en marcha.
Realmente la mejor forma en que los estados pueden ayudar a los más débiles es colaborando en crear trabajo, y como mejor puede hacer esto es no dificultando la creación de empresas y alentando a los emprendedores. Eso lo consigue aportando estabilidad social, reglas de juego sensatas y consensuadas, y seguridad jurídica.

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