viernes, 14 de diciembre de 2018

EL NOMBRE DE D-OS

En mi artículo anterior “El Mundo Kosher” escribí el nombre de D-os y muchos neófitos seguramente habrán comentado que estaba mal escrito, pero no es así, por eso me aventuro a escribir este artículo para explicar por qué los judíos lo escriben de esa forma.
El verdadero Monoteísmo no se trata sólo de imaginar que en algún lugar del cielo hay una sola entidad divina. Eso es un extraterrestre, no D-os. Se trata, simplemente, de NO IMAGINAR.
Es bien sabido que el Judaísmo no pronuncia el Nombre Sagrado o Tetragramatón que aparece en la Torá y en todo el Tanaj. El tetragrammaton (del griego Τετραγράμματον, que significa "[consiste] cuatro letras"), YHWH en hebreo y YHWH en alfabeto latino, es la de cuatro Letras del nombre bíblico del dios de israel. Los libros de la Torá y el resto de la Biblia hebrea (con la excepción de Ester y Song of Songs) contienen este nombre hebreo. Observador religioso, Los judíos y aquellos que siguen las tradiciones judías talmúdicas no pronuncian יהוה, ni leen en voz alta formas transliteradas como Yahweh; en lugar de eso, la palabra se sustituye por un término diferente, ya sea usado para dirigirse o para referirse al Dios de Israel. Las sustituciones comunes de las formas hebreas son hakadosh baruch hu ("El Santo, Bendito sea Él"), Adonai ("El Señor"),  o HaShem ("El Nombre"). Cuando aparecen las cuatro letras Sagradas (Yud-Hei-Vav-Hei), se pronuncia “Adonai” o “Hashem”. Y como extensión de esa práctica, las palabras “Dios” o “Adonai” se escriben incompletas. Por ejemplo: “D-os”, “Di-s” o “D-s”, “Ad-nai”, o “Adon-i”.

Existe toda una explicación religiosa sobre el porqué de esta costumbre, pero no me voy a detener en ella. Voy a hacer un enfoque histórico, concretamente sobre la evolución de las ideas que la tradición del antiguo Israel y del posterior Judaísmo han tenido sobre D-os.
Lo primero que hay que entender es que no es un asunto romántico que se limite a “D-os se reveló a Israel y desde entonces todos los israelitas-judíos somos monoteístas y creemos lo mismo”.
Falso. Las sociedades evolucionan y sus ideas también. La revelación bíblica -uso un término netamente religioso en este punto- se da en una época en la que la práctica religiosa más normal era el sacrificio de animales, se aceptaba como algo correcto el esclavismo y la poligamia, y la mujer era propiedad del varón.
Es obvio que una sociedad actual no puede entender ABSOLUTAMENTE NADA del mismo modo que se entendían las cosas en ese entonces, hace unos 3300 años.
La evidencia arqueológica demuestra que el perfil monoteísta del Judaísmo fue resultado de un proceso, no una ocurrencia que surgiese de la noche a la mañana.
Una influencia muy importante debió ser el intento de reforma religiosa de Akhenatón, que trató de imponer en Egipto un sistema HENOTEÍSTA en Egipto. En ese momento, la regla era el POLITEÍSMO, o adoración de muchos dioses. El henoteísmo admitía la existencia de esos muchos dioses, pero sostiene que sólo se debe rendir adoración a uno.
En el texto bíblico se percibe cómo la sociedad israelita antigua evolucionó desde una idea henoteísta hasta una definitivamente monoteísta.
Por ejemplo, hay Salmos que todavía reflejan una aceptación de la existencia de entidades divinas:
“El D-os de dioses, Hashem, ha hablado y convocado a la tierra…” (Salmo 50:1)
“D-os está en la reunión de los dioses; en medio de los dioses juzga” (Salmo 82:1)
“Porque Hashem es D-os grande, y rey grande sobre todos los dioses” (Salmo 95:3)
En el otro extremo, encontramos claras expresiones donde esa idea ya está descartada:
“¿Hará acaso el hombre dioses para sí? Mas ellos no son dioses” (Jeremías 16:20)
El Tanaj está lleno de reprensiones contra el antiguo Israel, en las que se señala que la adoración a “dioses ajenos” fue un hábito arraigado en muchos sectores de la población:
“Porque según el número de tus ciudades fueron tus dioses, oh Judá; y según el número de tus calles, Jerusalén, pusiste los altares de ignominia, altares para ofrecer incienso a Baal” (Jeremías 11:13).
Pero, al final, el proyecto monoteísta se impuso. Básicamente, después del exilio en Babilonia (años 587 a 539 AEC) el pueblo judío se reconstruyó como una nación eminentemente monoteísta. Fue la época en la que se reorganizó el texto bíblico y recibió la forma que conocemos hasta la fecha.
La idea de un solo D-os ya estaba bien definida y aceptada, pero todavía subsistía una costumbre perfectamente lógica y entendible para esas épocas: imaginar a D-os de un modo muy similar al humano.
Tiene sentido: la Torá dice que el ser humano es la Imagen y Semejanza de D-os. Por lo tanto, en la narrativa bíblica D-os es presentado como alguien que habla, siente y actúa como humano. Incluso, se le llega a mencionar en modos que insinúan un aspecto muy similar al de un humano (por ejemplo, cuando el Génesis dice que D-os “paseaba en el Jardín del Edén”, o cuando en Éxodo se dice que se le permite a Moisés mirar a D-os, pero no su Rostro, sino sólo su “espalda”).
Sin embargo, la evolución del concepto ya estaba iniciada y no se iba a detener, gracias a un mandamiento revolucionario en todo su contenido y todas sus implicaciones: NO TE HARAS IMAGEN de D-os, una idea que en realidad no se limita a “no te hagas esculturas”, sino que también implica “no te lo imagines”.
Durante la etapa del Segundo Templo, cada secta del Judaísmo continuó desarrollando esta idea de un modo u otro. Después de la destrucción del Segundo Templo en el año 70, la idea que se impuso fue la del Fariseísmo, base y parámetro para los conceptos del Judaísmo Rabínico.
En esta etapa se llegó al clímax de la comprensión de lo que es “no hacer imágenes” de D-os. Una comprensión completamente abstracta.
Aunque hay una explicación religiosa -teológica- de por qué no se pronuncia el Nombre Sagrado, desde la perspectiva histórica sólo hay que señalar que semejante prohibición simplemente fue la consecuencia natural de eliminar las imágenes de D-os, porque EL NOMBRE ES LA ÚLTIMA IMAGEN que podemos tener de una persona.
Al nombrar a alguien, lo limitamos (por ejemplo: soy Pedro Ch; eso significa que no soy José o Rafael, sino sólo Pedro Ch). Pero también lo identificamos como alguien similar a nosotros: soy Pedro, semejante a José y a Rafael, y por medio de nuestros nombres nos distinguimos y sentamos la base para poder conocernos.
Entonces, el nombre es la imagen final que podemos hacer de nosotros mismos y de nuestros semejantes. Si la ordenanza era no tener imágenes de D-os, la consecuencia lógica era que -tarde o temprano- se dejara de pronunciar su Nombre.
Sólo de ese modo queda garantizado el Monoteísmo puro.
Esa comprensión quedó perfectamente plasmada en el poema Adón Olam -acaso el más cantado en la religión judía-, del poeta y sabio Shlomo ibn Gabirol: “Cuando todo termine, Él sólo reinará; Él fue, es y será en gloria; Él es Uno y no hay otro que se le pueda comparar ni reunir; no tiene principio ni fin, y de Él es el dominio y el poder”.
De ese modo, la comprensión de la otra ordenanza relacionada con el Nombre de D-os se amplió: “no tomarás el Nombre del Señor tu D-os en vano” no sólo se limita a prohibir el uso blasfemo del Nombre, sino que proscribe el uso del Nombre como un conjuro, amuleto o sortilegio.
Y, naturalmente, también la comprensión del ser humano como Imagen y Semejanza de D-os se amplió: no se trata de que D-os tenga atributos corporales como nosotros (brazos, pies, etc.), o incluso atributos morales. Se trata de que la única imagen posible de D-os somos TODOS los seres humanos. Los que han existido, los que existimos y los que existirán. Sólo si podemos visualizar a todos (obviamente, algo imposible) es posible visualizar a D-os (se deduce: es imposible). Sólo si podemos nombrar a todos (otra vez, lo imposible), podemos Nombrar a D-os (imposible).
De eso se trata el verdadero monoteísmo: no de imaginar que en algún lugar del cielo hay una sola entidad divina. Eso es un extraterrestre, no D-os. Se trata, simplemente, de NO IMAGINAR.
Porque cuando uno deja de imaginar a D-os, entonces lo empieza a descubrir en cada detalle que lo rodea, y -lo más importante- dentro de uno mismo.
Mientras uno conserve la obsesión por “su Nombre”, irremediablemente uno seguirá viendo a D-os como algo ajeno y externo.


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