Periodista
del Diario La Razón de España
Enero
30 2019
Con
el debido respeto, Santidad. En Venezuela no hay un conflicto. Un conflicto, en
efecto, puede resolverse con el diálogo y la buena voluntad. En Venezuela,
Santidad, el conflicto equivaldría a un masaje con final feliz. Ese conflicto
al que Su Santidad se refiere, es la dictadura comunista de un asesino ladrón
que ha ordenado ejecutar, en la calle y en las cárceles, a decenas de miles de
venezolanos, centenares de menores de edad entre ellos. Ese conflicto al que Su
Santidad se refiere, ha arruinado a uno de los países más ricos del mundo, torturado
de hambre y necesidades al pueblo de Venezuela, mientras sus mandatarios
comunistas han acumulado fortunas cuyos ceros no cabrían en la plaza de San
Pedro. Ese conflicto, Santidad, proviene entre otros motivos de un matón que no
aceptó los resultados de unas elecciones que perdió. De un narcotraficante
rodeado de narcotraficantes. No hace mucho que Su Santidad lo recibió en el
Vaticano e intercambió con él las sonrisas que previamente le había negado a
Trump y a Macri. La misma sonrisa que Su Santidad regaló en diferentes
ocasiones a su compatriota ladrona, Cristina Fernández de Kirchner, de quien se
sospecha que ordenó el asesinato del fiscal que investigó sus corrupciones
financieras, el origen negro de su inmensa fortuna y sus relaciones con el simpático
mundo del negocio instantáneo. Su Santidad regala sonrisas a gentes muy
extravagantes, como a la monja argentina y dirigente del separatismo catalán,
Lucía Caram, de quien Vuestra Santidad tiene sobradas noticias, copiosa
información de sus actividades muy poco relacionadas con la fe en Cristo, y a
la que sonríe beatífico en cada ocasión que la ve.
Periodista Alfonzo Ussía |
El conflicto de Venezuela,
como Su Santidad lo define, ha originado que más de tres millones de ciudadanos
venezolanos vivan en el exilio. Son muchos millones, Santidad. Tres millones de
granos de trigo apenas son nada. Tres millones de seres humanos escapados de su
tierra para alcanzar el derecho a la supervivencia, son muchos millones. En
Venezuela, nación riquísima, se mueren de hambre, mientras Maduro y compañía
tejen con el beneplácito del comunismo internacional –del que no es del todo
ajeno el Vaticano–, inconmensurables fortunas, aún mayores que la de Georges
Soros, el baluarte y financiador de la corrupción sociopolítica del llamado
mundo libre. Nuestro presidente sin votos ni escaños, Santidad, a la primera
persona que recibió cuando ocupó La Moncloa, fue a Georges Soros, el financiero
de Podemos y de la persecución a los cristianos en todo el mundo. Su Santidad,
y lo que escribo es un juicio de valor sin pretender rozar la falta de respeto,
es un Papa extraño, más argentino que extraño y menos emocionante que
argentino. Decir que lo de Venezuela es un simple conflicto equivale a elevar a
Juan Domingo Perón a la dignidad de un santo de la Iglesia.
Pero
hay un problema mayor aún que el hambre en Venezuela, Santidad. La muerte que
espera en cada esquina por las bocas de fuego de los fusiles bolivarianos. La
estancia de miles de criminales del castrismo cubano en territorio venezolano.
La tortura en sus prisiones. Y ello no merece la llana y simple definición de
conflicto. Se trata de una tragedia. Sus obispos en Venezuela, Santidad, que sí
están con el pueblo y no con los tiranos, se sienten desamparados de los brazos
y las palabras de Vuestra Santidad. Me atrevo a creer que el gran conflicto se
lo han creado a Su Santidad sus informadores, su círculo íntimo y curial mal
elegido, porque no considero posible tan caprichoso proceder de quien todos los
que pertenecemos a la Santa Madre Iglesia veneramos como nuestro Santo Padre.
El
vaticano, además de la Santa Sede, es un Estado. Y como tal, no puede mantener
la equidistancia con los que matan y con los que mueren, con los asesinos y con
los asesinados, con los que roban y con los que son robados. La autoridad de Su
Santidad es la más respetada del
mundo.
Una palabra del Papa lo es todo. Y esa palabra ha errado su significado.
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