viernes, 30 de noviembre de 2018

LLEGÓ DICIEMBRE

¡Y LLEGÓ DICIEMBRE! PARA ALGUNOS ES UN MES DE ALEGRÍAS, PARA OTROS DE TRISTEZAS Y PARA MUCHOS TIEMPO DE AÑORANZAS…
La conmemoración del nacimiento del Hijo de Dios ha originado en todo el mundo cristiano una de las festividades más entrañables y llenas de significado para el espíritu humano.
En Venezuela en los buenos tiempos, igual que en la mayoría de los países que la celebran, la Navidad es motivo de encuentros familiares, brindis por la paz y la prosperidad, interpretación de música apropiada para la época, tal como son los aguinaldos, parrandas decembrinas y gaitas, en nuestro país se acostumbra la preparación de elaborados manjares y bebidas. Vea aquí La Historia de la Hallaca y su Receta...
En las ciudades, las conmemoraciones religiosas se han ido reduciendo al recinto de las iglesias católicas en las cuales se instalan elaborados pesebres y grandes arreglos de flores de Navidad y se celebran las misas dominicales y la misa de media noche el 24 de diciembre, con música de aguinaldos y fuegos artificiales.
En otrora los centros de compras, avenidas principales, plazas y zonas comerciales, solían ser adornados con múltiples luces y grandes pinos artificiales profusamente decorados.



Las Fiestas Tradicionales.
Venezuela es un país rico en tradiciones culturales producto de un largo proceso de mestizaje entre los pueblos indígenas originarios, los europeos y africanos llegados hace 500 años y posteriormente, de las diferentes inmigraciones que han conformado su actual sociedad.
La Navidad es el período más rico en festividades religiosas populares. Se inicia los primeros días de diciembre y continúa durante cuarenta días hasta la celebración de la fiesta de la Candelaria, cuando se conmemora la Purificación de la Virgen.
El primer domingo de diciembre, comienzan las celebraciones en los estados Aragua y Carabobo con una fiesta llamada Velorio, Danza o Romería de los Pastores del Niño Jesús. A partir de la celebración de la Misa, se desarrollan vistosas procesiones y complicadas y alegres danzas en la calle y la iglesia, acompañadas con instrumentos de cuerda y de percusión, para rendir homenaje al Niño Dios. Todos los celebrantes son hombres, pero muchos de ellos visten con atuendos femeninos ya que deben bailar en parejas: (Pastores y Pastorcillas, Viejo y Vieja.).  Vea aquí La Historia del Espíritu de La Navidad
En los estados andinos Táchira, Mérida y Trujillo entre el 24 de diciembre y el 2 de febrero se realiza la Paradura del Niño, hermosa fiesta que se celebra en las casas donde la devoción de sus habitantes se expresa en complejos y elaborados pesebres y que consiste en pasear al Niño Jesús en un pañuelo de seda, con cantos y procesiones. El día de la celebración, músicos, cantantes, rezanderos y padrinos entonan coplas pidiendo al Niño Dios que bendiga las casas y los campos. Cuando termina el paseo, el Niño es regresado y vuelto a colocar en el Pesebre, pero de pie.
En algunas poblaciones, una persona simula robar la imagen, la cual permanece escondida por tres días, entonces se negocia con gran ceremonia su devolución por parte de un cortejo integrado por niños ataviados como la Virgen, San José, los Reyes Magos, pastores, ángeles, a quienes se suman las autoridades de la localidad. Esta celebración se llama Robo y búsqueda del Niño. Todas las acciones se acompañan con aguinaldos, romances, décimas y coplas.
El 28 de diciembre, cuando se conmemora el día de los Santos Inocentes, se celebra en los estados Mérida, Trujillo y Portuguesa la fiesta de los Locos y Locainas: después de la Misa, los Locos o Mamarrachos se visten con trajes raídos y sucios y tapan sus rostros con máscaras o pintura para no ser reconocidos. En general, se invierten los papeles: los hombres se visten de mujeres y las mujeres de hombres, los niños se disfrazan de ancianos y los adultos de niños y todos hacen burlas y chistes acompañados de un conjunto musical. En el estado Lara esta fiesta se conoce con el nombre de los Zaragozas y posee una significación más religiosa. Incluye procesiones, oraciones y bailes de niños y adultos acompañados por coros y un conjunto musical que interpreta merengues larenses. Los trajes y las máscaras están llenos de originalidad y colorido. Es una de las festividades navideñas que más atrae a los turistas.
El mismo día de los Santos Inocentes se celebra en Caicara de Maturín, estado Monagas, la Fiesta del Mono, celebración proveniente de un antiguo rito agrícola indígena que consiste en un baile bufo al cual se va sumando en hilera toda la población, bajo la guía del personaje principal vestido de mono.
En Naiguatá y Osma, playas cercanas a Caracas, se conmemora esa festividad con una celebración llamada el Gobierno de las Mujeres en la cual son las mujeres quienes se visten de hombres y actúan en las calles imitando las autoridades y los jefes de familia mientras los hombres se ocupan de la casa y los niños.
La Quema del Año Viejo se celebra en los estados Táchira y Mérida el 31 de diciembre y consiste en la quema de un muñeco que representa el año que termina y que augura bienestar para el que va a comenzar.
Pesebre en la Navidad de Venezuela.
Entre el 4 y el 7 de enero también en el estado Trujillo, se celebra la llegada de los Pastores y Reyes Magos con velorios que duran toda la noche con cantos y ofrendas al Niño Jesús. Al día siguiente se celebra la Misa y se realizan procesiones y cantos para esperar a los Reyes Magos. Prevalece en el aspecto musical, la percusión y el extraño sonido de las guaruras (grandes caracolas).
Las festividades navideñas populares concluyen los días 2 y 3 de febrero en Mérida con una de las más vistosas celebraciones, los Vasallos de la Candelaria, llena de devoción, colorido y música. Los vasallos llevan atuendos de vivos colores, con capa y pantalones bombachos, se adornan con lazos y flores y bailan al compás de violines, cuatro, tiples y tamboras. Estas danzas, y en general las manifestaciones de cultura popular como las antes descritas, son muestra del sincretismo de antiguas tradiciones religiosas europeas y ritos africanos e indígenas.
En algunas reuniones entre amigos, traemos los instrumentos musicales, valga decir, los de parranda (El cuatro, el rayador de queso que hacemos sonar con un cuchillo de mesa, este será la charrasca, el plato de metal o vasija metálica que sonamos con una cuchara a modo de percusión y cuanta botellita haya por allí para hacerla sonar al compás del ritmo) y afloran cantos como este que aquí les regalo, mi “Aguinaldo Caliente”.
EL AGUINALDO CALIENTE.
Soy yo jojojooo!
Dame mi aguinaldo no seas maluca yo no quiero bollo lo que quiero es...
fuego al cañón, fuego al cañón...
Dame mi regalo con mucho disimulo, yo no quiero bollo, lo que quiero es... Fuego al cañón, fuego al cañón...
Niño chiquitico, niño parrandero, solo quiero Cu... hasta el mes de enero o tal vez febrero.
Fuego al cañón, fuego al cañón...
Que pescao tan grande y con mucha espina, dámelo chiquito que a mí me fascina...
Fuego al cañón, fuego al cañón...
Esta casa es grande y con cuatro esquinas yo te quiero abajo si tú me la arrimas…
Fuego al cañón, fuego al cañón...
Yo no quiero postre ni dulce e’ lechosa solo quiero un trago y me das la cosa…
Fuego al cañón, fuego al cañón...
Ponme mi regalo en el arbolito vamos pa’ la pieza y me das chi…to...
Fuego al cañón, fuego al cañón...
Este es mi regalo te lo doy abierto tómalo con cuidado que es para mamerto…
Fuego al cañón, fuego al cañón...
Ya me voy caliente sin nada en el diente, vengo en diciembre quedamos pendiente. Fuego al cañón, fuego al cañón...
Tu amigo Pedro Chaparro.


CUANDO PANCHITO MANDEFUÁ FUE A CENAR CON EL NIÑO JESÚS
Cuento de José Rafael Pocaterra año1922
Panchito Mandefuá era un niño alegre, feliz, una flor que creció sobre el asfalto. Corría alegre calle abajo, calle arriba con su fuerza y su energía de nueve años. Vestía con una chaqueta de bolsillos profundos que se encontró por ahí, y cargaba un bolsito pequeño donde metía sus más preciados objetos: trompos, cordeles, chapitas, un carrito de plástico; tonterías que cuando las ponía a jugar con su imaginación lo alejaban de las noches frías y de los días de lluvia, y de hambre y de la soledad de las calles de la gran capital, de la Caracas que nunca se acaba.
Hasta cerca de medianoche estuvo dando vueltas por la ciudad, vendiendo sus boletos en las grandes avenidas, frente a las puertas de los hoteles más lujosos y de los cines de moda y en el bulevar de Sabana Grande, gritando todo el tiempo, chillón, desvergonzado, alegre:
- Aquí lo cargooo… ¡El boleto que nunca falla ni fallando, el boleto ganador, el archipetaquiremandefuá…!
El día fue bueno, pues logró vender todos los boletos, y ahora Panchito se comía feliz una arepa con lo que le tocaba de las ventas. Allí estaba, dándose el gusto, apartado de aquellos que no precisamente andaban pendientes de comer, sino más bien de meterse en los bares y ponerse incluso groseros y peleones. Pero él estaba tranquilo, mientras comía su arepa de carne mechada y le echaba una mirada al periódico del día. Porque sí, Panchito había ido alguna vez a la escuela y había aprendido a leer. Después, cuando su mamá lo sacó a la calle a pedir, él tuvo que dejar de estudiar. Eso sí, como pedir limosna no le gustaba, se dio a la tarea de buscar trabajo.
Panchito quiso vender periódicos, pero no le resultó. Los encargados le quitaron la venta porque le ponía la famosa frase <<mandefuá>> a las más graves noticias de la guerra, a los accidentes de tránsito y a las denuncias de corrupción política:
-           Mira, hijito - le dijeron - mejor es que no saques el periódico. Tú eres muy <<mandefuá>>, y eso es demasiado para nosotros.
Porque así es. Panchito tenía apellido, y éste era Mandefuá, apellido original y hermoso que le gustaba más que el verdadero (que nunca usaba) porque era obra de él mismo. Llevaba aquel Mandefuá con tanto orgullo como cualquier príncipe su nombre, apellidos y títulos de nobleza, y así andaba diciéndole a todos que él era, nada más y nada menos que Panchito Mandefuá. Pero Panchito era menos ambicioso que un príncipe, y se conformaba con su arepa y su trabajo de vendedor de boletos de lotería.
-           Éste sí es el ganador, un boleto bien mandefuá - decía.
Ah, pero también tenía sus gustos. Entre sus placeres más refinados estaba ir a la una de la tarde, siempre por la sombra de los edificios, a situarse perfectamente bajo la oreja de un señor gordo, lento y pacífico. Era uno de esos empleados de ministerio que se sentaba en un banquito de la plaza después del almuerzo, a ver pasar el mundo con toda su paciencia.
-           ¡Éste es el boleto ganador, un boleto bien mandefuá! - gritaba con todas sus ganas.
-           ¡Muchacho, que siempre me gritas al oído!
Y Panchito, echando a correr, le volvía a gritar:
-           ¡Éste es el boleto premiado, me lo debería comprar, maestro!
También le gustaba ir al cine, pero hacía tiempo que no lo dejaban entrar, aunque tuviera la plata, porque ahí mismo le adivinaban que era un niño de la calle y le ponían mala cara. ¡Qué mala suerte la de Panchito Mandefuá! que, sin embargo, feliz de la vida, les gritaba al alejarse:
-           ¡Pues tampoco quería verla!¡Porque para que a mí me guste una película debe ser muy crema, muy archipetaquiremandefuá!
Panchito iba una tarde calle arriba pregonando un número premiado como si lo estuviese viendo por adelantado, y de pronto se detuvo ante una rueda niños. Venía distraído contemplando una vidriera donde se exhibían aeroplanos, barcos, una caja de soldados, un automóvil y una bicicleta… Y de paso estuvo un rato contemplando la vidriera de un café llamado La India, a través de la cual se exhibían pirámides de bombones, pastelitos y unos dulces brillantes como estrellas.
Pero volvamos al momento. En medio de aquella rueda de muchachos alborotados, vio a una muchachita sucia que lloraba mientras contemplaba regada en la acera una bandeja de dulces. Como moscas, cinco o seis granujas se habían lanzado sobre los ponqués y los fragmentos de quesillo llenos de polvo. La niña lloraba desesperada, pues temía un castigo. Panchito estaba de buen humor: había vendido muchos boletos. Con ese dinero había podido comer, y hasta comprar dulces. Y con el dinero que le quedaba había planeado ir al circo, puesto que allí sí lo dejaban entrar, y hasta comería hallacas y pan de jamón. Con ese dinero iba a pasar una Nochebuena excelente.
Así que, con su buen humor a cuestas, Panchito se acercó a la pobre muchacha, que lloraba, mientras los granujas seguían comiendo sus dulces y chupándose los dedos…
Llegó un agente de la policía y todos corrieron, menos ellos dos.
- ¿Qué fue, ¿qué pasó? ¿Cuál es el desorden? La niña respondió toda desconsolada:
-           Que yo llevada esta bandeja para la casa donde sirvo, que hay cena allá esta noche, y me tropecé y se me cayó y me pueden echar…
Algunos transeúntes detenidos se encogieron de hombros y continuaron.
-           Bueno, bueno, sigan su camino, pues - les ordenó el policía. Panchito se fue detrás de la llorosa.
-           Oye, ¿Cómo te llamas tú?
La niña se detuvo a su vez, secándose el llanto.
- ¿Yo?, Margarita.
- ¿Y ese dulce era de tu mamá?
-Yo no tengo mamá.
- ¿Y papá?
-           Tampoco.
- ¿Con quién vives tú?
-Vivía con una tía que me consiguió el trabajo en la casa en que estoy.
- ¿Y trabajas? ¿Te pagan?
- ¿Me pagan qué?
Panchito sonrió con ironía, con superioridad.
-           Guá, tu trabajo. Al que trabaja se le paga, ¿no lo sabías? Margarita entonces protestó vivamente:
-           Me dan la comida, la ropa y una de las niñas me enseña, pero es muy brava.
- ¿Qué te enseña?
-           A leer… Yo sé leer, ¿tú no sabes?
Y Panchito dijo orgulloso, aunque en el fondo aquello de leer no le parecía gran cosa:
-           Uf, claro, sé leer de todo. Leo periódicos, revistas, los carteles que están pegados en las paredes y hasta libros. También sé vender billetes de lotería y gano para ir al circo y comer las arepas que me gustan.
-           Está bien, pero yo no tengo dinero, y se me cayeron todos los dulces de la bandeja - dijo con tristeza la niña, bajando la cabecita enmarañada.
- ¿Y cuánto botaste?
-           ¡Uy, mucho dinero! - y le alargó un papelito sucio donde se veía lo que habían costado los dulces. En el rostro de Panchito se dibujó una gran sonrisa, le quitó la bandeja a Margarita y dijo:
-           ¡Espérate, no te muevas, ya vengo! - Y echó a correr. Un cuarto de hora más tarde volvió:
-           Mira: esto fue lo que se te cayó, ¿no es así?
Los ojitos de la niña brillaron y una sonrisa le iluminó la carita sucia. Estaba feliz. - ¡Sí… eso!
Fue a tomar la bandeja, pero él la detuvo:
-           ¡No! Yo tengo más fuerza, yo te la llevo.
-           Es que es lejos - dijo tímida.
-           ¡No importa!
Panchito le contó que él tampoco tenía familia, que le encantaba ver películas de detectives y que podrían comerse un dulce juntos.
-           Yo tengo dinero, ¿sabes? - Y sacudió el bolsillo de su chaqueta, donde sonaron las monedas.
Y los dos pequeños se echaron a andar.
Apenas si se dieron cuenta de que llegaban, de tan entretenidos que iban comiendo dulce.
-           Aquí es. Dame - dijo la niña.
Panchito le entregó la bandeja. Se quedaron viéndose a los ojos:
- ¿Como te pago yo? - preguntó Margarita con tristeza tímida. Panchito se puso colorado y balbuceó:
-           Si me das un beso.
-           ¡No, no! ¡Es malo!
-           ¿Por qué?...
-           Guá, porque sí…
Pero no era Panchito Mandefuá a quien se convencía con razones como ésta; y la sujetó por los hombros y le pegó un par de besos llenos de travesura y del dulce que compartían.
-           ¡Mira que grito si me vuelves a besar! - dijo ella, roja como una rosa. De la emoción, por poco tira otra vez la dichosa bandeja llena de dulces.
-           Ya está, pues, ya está. No te voy volver a besar - dijo Panchito.
De repente se abrió la puerta de la casa donde vivía Margarita. Un rostro de solterona fea y vieja apareció.
-           Muy bonito. ¡El par de vagabundos éstos! - dijo enojada la doña. El chico echó a correr. A su espalda, la señora regañaba a la niña mientras  la metía a la casa.
-           Pero Dios mío, ¡qué criaturas éstas que no tienen edad y ya están pensando en darse besos!
Ahora le quedaba el dinero justo para el circo y para la cena. No le sobrarían más monedas para el día siguiente. Nada más le alcanzaría para la Nochebuena, y es que después de pagar los dulces de la niña…
¡Quién lo mandaba a estar ayudando a nadie!
Sin embargo, a pesar de la tristeza, de que no podría guardar para después, Panchito sentía una loca alegría interior. No olvidaba, en medio de su desastre financiero, los ojos mansos y tristes de Margarita. ¡Qué diablos! El día de gastar se gasta lo que hay que gastar, así de lo más archipetaquimandefuá.
A las nueve salió del circo. Iba pensando en el menú: hallacas, un juguito, un café con leche, tostadas de chicharrón, un pan de jamón. ¡Su famosa cena! Cuando cruzaba en una esquina, se escuchó un cornetazo brusco, un golpe de viento fuerte, y Panchito Mandefuá ya no estaba en la esquina dando un salto vivaz o siquiera en pie. No, Panchito ya no caminaba, ya no estaba ni siquiera en este mundo…
-           ¿Qué pasó? ¿Qué pasó allí? - preguntaron unos transeúntes.
-           Que un auto atropelló a un muchacho de la calle…
-           ¿Quién?, ¿Cómo se llama?
-           ¡No sé su nombre! - informó alguien -. Pero yo lo he visto, eso sí. Era un muchacho de esos que venden lotería.
En otra parte, lejos de allí, Panchito Mandefuá andaba con su chaqueta,
ahora toda brillante, magnífica, como recién salida de la lavandería. Se le veía feliz, sonriente.
¡Pero claro! Se había ido a cenar al cielo, invitado por el Niño Jesús.

EL RINCÓN DE LAS CARTAS...


Pedro Chaparro 59 años.
Residenciado en un bunker en La Puerta edo Trujillo.
Estudio en La universidad de La Vida.
Tengo altos estudios de supervivencia nacional.
Y esta es mi cartica...
Querido Niño Jesús este año ha sido
especialmente difícil para mi porque
he visto marcharse a mis hijas y
nietos fuera del país. Yo he hecho lo
mejor para merecer lo mejor y ahora
me encuentro haciéndote esta carta
en la que solo te voy a pedir mucha
salud y prosperidad especialmente
para mi familia que se fue en la
Diáspora y para todos aquellos que se
han aventurado a salir dejando atrás
mucho de si mismos.
















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